domingo, 22 de noviembre de 2020

 Mariposa de Obsidiana. 

Extracto de una obra de teatro popular andino por Margorie Raquel Baño Cholango.







Todos los derechos reservados.

Editorial Yanalaluna

2020


miércoles, 28 de octubre de 2020

LA INFINITUD O CÓMO AMAR EL DESEO

 


Texto en construcción

Narrativa


Octubre/2020


Hubo varias veces en las que traté de acercarme a ella. Pero vivía rodeada de mil personas a la vez. Cuando decidí dar el taller, no la conocía, pero la había visto en muchas ocasiones, con alguien o sola. Una vez cruzamos miradas, muy de cerca. Tanto que pude oler su perfume. También la vi, alguna vez, esconder un cigarrillo, al pasar por el patio de su facultad, mientras me miraba.

El día que llegó al taller le abrí la puerta y la vi, ahí, frente a mí, y no pude, aunque quise, abrazarla y no dejarla ir de mi lado. En el transcurso de las clases yo era el tallerista de teatro y fui su profesor durante varios meses más, pues la organización a la que pertenecía nos apoyó, de alguna forma, para hacerlo, aunque mi decisión por seguir siempre estuvo por delante de cualquier influencia.

No es que hayamos tenido confianza desde un inicio, todo lo contrario. Ella me rehuía y pienso que era porque estaba comunicándome algo: no quería que la hieran más. Entonces decidí que en las clase le haría preguntas sobre los temas tratados, ante los demás estudiantes, para poder conocerla, aunque de lejos y como alumna mía.

No me importaba el tema de si se construiría una famosa actriz, (parecía que a ella tampoco le interesaba ese tema) ni saber si había tenido novios, o algo relacionado. Lo que quería saber era cómo pensaba, en qué del mundo se fijaba, hacia dónde quería dirigir su vida… pero resulta que yo preguntaba sobre temas sociales y ella participaba compartiendo cosas a sus compañeros. Yo preguntaba sobre significados y símbolos y ella hablaba con pasión, con entusiasmo.

Durante todo ese tiempo no quise acercarme demasiado, no quise perturbarla, no quise que se sintiera obligada a nada. Sólo me dediqué a quererla porque sabía que en algún momento de mi vida ella sería mía y no del mundo ni de nadie más. Sólo tenía que esperar.

En los siguientes cursos en los que estuvo presente me hizo notar algunas de mis fallas, en cierta ocasión con una arrogancia extraña, para que yo tome en cuenta lo que ella decía. Ella jugaba y yo, no sabía cuánto.

Con el paso del tiempo, a los talleres que yo daba se incorporaron otros: uno de danza andina y otro de capoeira. Ella se inscribió en los dos. Pienso que en ese momento le interesaban más las artes escénicas que su propia facultad. Pero no lo hace por mí, me dije constantemente.

Se presentó, ya después de varios meses de clases, una salida al Oriente, a territorio cofán. Fuimos unas diez personas. Ella también. El viaje fue muy bello, reímos mucho. Ella se bañó en el río. Me di cuenta de que le encantaba el agua, nadar y todo lo relacionado. Pude verla salir del agua y tocar su cuerpo con un ritmo suave mientras pasaba el jabón por sus pechos, sus nalgas, su pubis. Hacer como si yo estuviera acariciando su rostro, imitar el movimiento de mis manos como en un masaje, desde sus piernas, ascendiendo y descendiendo hasta descansar en su cuello.

La veía sin verla, acostado en una canoa, en la ribera del río Aguarico.

Cuando terminó de bañarse, se dio la vuelta, ya semi-vestida y me miró. Y me mató.

Al día siguiente participamos en la comunidad con juegos cooperativos organizados por mis compañeros y yo, y también la fundación que se encargaba de algunas otras cosas.

Yo juro que tenía ganas de llevarla a la selva y decirle que la quería, arrancarle un beso y ahí la mente se me nublaba porque no sabía si podría lidiar con un rechazo, ahí, justo en medio de la selva.

No le dije nada. Las plantas, el aire, las personas que estaban en ese viaje me sofocaban. Y ella ahí. Lejos, cerca, daba lo mismo. Compartíamos esa primera convivencia y eso me fortalecía.

En otro momento sucedió que una de las compañeras del grupo de títeres se enfermó de la garganta y hubo que escoger a alguien para reemplazarla. Entonces ella fue. Hizo la escena de títeres, aplausos, risas, y yo mirándola de lejos con tanta intensidad que tuvo que devolverme la mirada. Esa mirada que guardo como un objeto precioso porque me transmitía sensualidad y al mismo tiempo ternura. Algo que no he visto en nadie más, nunca.

Yo no sabía realmente si ella sentía algo por mí. Pero, y si sentía algo? Qué debía hacer? Hablarle? Decirle que la quería?

Mi cabeza comenzó a dolerme al atardecer. La noche siguiente teníamos función. Ella nunca se había presentado en un escenario así, como ese, y tal vez nunca lo volvería a hacer, pensé. Pero también pensé que sí, que tal vez lo haría. Pero tal vez yo no podría verla.

Se vistió de azul. Ella representaba el agua, yo la tierra. Otros hacían el fuego y el aire. La obra iba de un texto de Arguedas. Al terminar la noche fuimos invitados a tomar chicha. Fui a dar una vuelta por los alrededores y volví con dolor de cabeza, de nuevo.

Ella se acercó. Me preguntó qué necesitaba. Alejó a alguien que me estaba molestando. Se quedó sola, junto a mí. Me senté a descansar. Quiso abrazarme pero no lo hizo. No nos dijimos nada. Me sentía muy mal. Ella no sabía lo que me pasaba. Creo que yo tampoco sabía muy bien que me sucedía. Tal vez era que teníamos el escenario perfecto, el momento perfecto, pero algo en los dos no estaba bien. Ella y su dolor emocional, yo y mi no saber cómo ayudarla, cómo quererla. Vi que tenía una marca en el brazo, intento suicidarse, me dije, la marca era clara. Yo no debía hacerle daño. Ella no merecía que nadie más le hiciera daño.

Me dijo: bueno, ya te he acompañado, aunque sea un ratito, espero que te pase el dolor de cabeza. Y se fue.

Al regresar a la carpa en la que dormíamos todos los del grupo, una carpa para diez personas o más, me di cuenta de algo a pesar de mi cansancio. Ella se había acostado como esperándome. Estaban todos adentro y ya sólo quedaba ese lugar al lado de ella.

No me atreví a tocarla en toda la noche. Pero de vez en cuando abría los ojos intentando ver su silueta, escuchaba su respiración y no quería que amanezca.

Con los primeros rayos de sol sentí con claridad que se despertó, me miró de espaldas, quiso acariciarme con una de sus manos, y olió mi cuerpo. Luego se dio la vuelta.

Al hacerlo pude levantarme y salir. Sentí también que me siguió con la mirada. Que fingió despertarse en ese momento y no hace minutos como ya lo había hecho.

En sueños, en mis sueños, ya le hacía el amor.

 

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Nada de mi pasado me perturba ni me perturbará nunca, amor mío, ahora que ya te tengo a mi lado, me dice. Porque siento simplemente tu cariño y es todo lo que me hace falta. Nada de lo externo me puede guiar, solo tú. Esas son las palabras que escucho en las mañanas de frío, como ésta.

Suele recostarse en mis piernas en las tardes de lluvia y granizo, suele reírse de todo, de todos, del mundo, de la noche, de la muerte, inclusive.

Me dice: nada hay que nos separe. Tu aliento, tu hálito es el mío y tu fuego, mi sangre. Tuvo que ser de esa manera. Crees en los imposible? Lo imposible es la realidad y todos la vivimos.

Para esperar la noche le hago un té. Le pongo miel. Bebemos juntos. Así nos abrazamos al crepúsculo. Así hemos empezado a construir los lazos inquebrantables de nuestro amor. Sanándonos.

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Hay otras tardes en las que me pongo a escribir en este diario, sobre todo cuando ella lee algún libro y trato de escucharme para poder escucharla.

Ella me ha enseñado tanto. Algunas personas dicen eso y hablan de conocimiento científico, cuando yo hablo de enseñarme algo, hablo de su sensibilidad. De su feminidad. Y agradezco que sea así.

Ayer por la noche jugamos mucho, nos contamos cosas, nos reímos sin parar. Ella más que yo, por cierto. Jugaba a huir de mí. Hizo como si no quisiera que la toque o la bese. Con la sensualidad de una gata. Estuvimos así unos minutos y luego me besó locamente y me dijo: dime que sólo me quieres a mí. Si? Dime. Quiero escucharte decir que me amas. Sólo a mí. Sí? Sólo a mí.

Sus palabras tan dulces estaban ahí en su boca hablándome despacio. Y no. No puedo jugar el juego que ella juega. Yo estoy ahí siempre para ella. En todo. No puedo. No he podido nunca rechazarla. Ni de juego. No es que ella lo haga sino que actúa, para atraerme, para conseguir lo que quiere.

Y me besó el pecho, los labios, el cuello y cuando ya estábamos así, más juntos, ella movía la cadera en una danza extasiante y bella, sobre mí.

Después de hacerlo dormimos cansados para recuperar la energía que perdimos. Y en la mañana me dijo que soñó que le mostraba una casa nueva, con una sala de ensayo para dar clases y que yo la besaba tan rico que en el sueño, gemía.

Hoy la veo sentada sobre la cama leyendo un libro policiaco que siempre dice que no va para ningún lado, que no tiene trama pero que quiere leer hasta el final para ver de qué mismo se trataba o qué quiso decir el autor.

Pero sé que cuando son más o menos las siete pm. Termina de leer el capítulo, lo deja sobre la silla, ordena un poco sus cosas, se maquilla, se pone un perfume y se suelta el cabello. Suele decir cosas como: qué hace señor intelectual? O, cómo quiere su café, con besos o qué? Y yo ya no le digo nada porque es cuando se sienta a mi lado, me abraza, me besa, me dice cuánto me quiere, que me ha extrañado, aunque casi no nos separamos para nada y luego habla de todo, del libro, de nosotros, de mí, me acaricia el rostro, deposita besos en mis labios, se muerde los suyos y cuando tiene ganas pone música y baila.

Desde que vivimos juntos lo mejor que existe y que esperamos con ansias son los fines de semana. Tenemos más tiempo. Y los otros días todo es trabajo, talleres, cursos o escritura, si hablamos de ella. Publicó varios libros de poesía y ahora apuesta por una novela. Escribe sobre nosotros. No he leído todo el manuscrito. Algunas veces escribe y escribe hojas sueltas de cuaderno que me comenta y decide arrojarlas a la basura. El otro día dijo: no es justo con el personaje, van a pensar que es débil.

En ese mundo, el de las letras, de los escritores y poetas de Quito, según sé existe mucho consumo de drogas. Se habla de eso como una meta o como un triunfo. Atrae tanto que a veces no se puede manejar una situación o siquiera una conversación con personas que consumen. Menos un trabajo. Sobre ese aspecto pienso que las cosas que ella vivió no deben estar ahí para culpabilizarla, ni tampoco creo que los consumidores de drogas sean chivos expiatorios de una sociedad que está al borde del abismo. Pienso que si hay responsabilidad en lo que se dice, lo que se escribe y lo que se piensa sí puede existir arte. En fin.

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Hay tantas cosas por hacer hoy. Está preparando el espacio para dar clases por internet. Puede llegar a ser muy estresante, me dice.

Me ha contado sobre la vez que viajaba tres días a la semana de Quito a Cayambe para dar clases en un instituto pequeño en el centro de la ciudad. Recuerdo que meses después de dejar su empleo, la vi en una cafetería de Quito, cerca del parque El Ejido. La saludé con afecto. No nos habíamos visto desde hace tiempo. Ella iba con una amiga. Su amiga le preguntaba que cómo le iba con los chicos. Desde la otra mesa la escuché decir que cuando haya superado su enfermedad le gustaría estar conmigo. Que yo le atraía muchísimo, pero que nunca se dieron las cosas.

Se dio la vuelta para mirarme. Yo sostuve mi mirada en sus ojos. Un cruce de miradas de deseo, de rabia. Quería que ella se sintiera segura, quería que ese momento se diera, quería que se atreviera conmigo. Libremente.

La mañana que empezó lo nuestro yo salía a caminar y había comprado algunas cosas para mi casa. Muy cerca de mí estaba ella. Por su semblante pude entender que su vida había dado un gran giro. Sentí una paz enorme y una gran felicidad.

Me dejó su teléfono y la llamé en la tarde. Su voz denotaba alegría. Empezamos a salir.

Me habló mucho de cómo superó su adicción y que aun tenía que acudir a tratamiento. Que estaba viviendo con sus padres y que asistía a varios cursos, de todo un poco en el tema académico. Trabajaba en artesanías, daba cursos de escritura y algo de contabilidad. Que había sido antologada en poesía varias veces, que iba un año sin beber ni consumir ninguna sustancia, que publicó un pequeño texto en solitario, su primera narración sobre la locura y pues que no esperaba verme ese día, que le parecía muy lindo volver a verme y que ahora las cosas le salían bien.

Que mucha gente quiso hacerle daño y que nadie pudo. Me contó varias historias de mis excompañeros de teatro que yo había escuchado tergiversadas. Me explicó que no había llegado a amar nunca a nadie porque todos los chicos que alguna vez conoció usaban drogas, le incitaban a hacerlo o no podían mantener su propia palabra, peor una relación seria.

Que no tenía amigos. Que no existía para ella nadie más que su familia y desde hace unas semanas su sentir sobre la vida era otro pues yo había llegado de alguna manera a ella y ella se sentía segura a mi lado. Me sentí afortunado y supe que no quería herirla y que debía dejar que el curso de las cosas me dijera cómo decirle que la amaba y que siempre lo había hecho, desde el momento en que la vi.

Una tarde nos sentamos cerca de un hermoso arupo, en las afueras de la ciudad, un lugar que ninguno de los dos conocía, al que llegamos por casualidad.

Me abrazó con ternura. Yo la abracé también. Escuchaba los latidos de su corazón cerca del mío. Estuvimos así, uno junto al otro y sus manos me acariciaron. Buscó mi mirada. Mis ojos descubrían a una mujer que había caminado sola y en las sombras durante años y a quien el amor había buscado de forma equivocada.

No sabes cuánto te amo, le dije.

También yo te amo, me respondió. Y añadió: siempre te he amado, siempre te amaré sólo que no pude decírtelo hace diez años.

Fue un momento de sentirme correspondido totalmente por primera vez. Tocamos nuestras manos. Respiramos frente a frente. Sentí su aliento, sus caricias.

Me dijo que no quería tener miedo, pero que lo tenía porque muchas veces antes le mintieron con descaro, y sin darle nada, se fueron hiriéndola. Me apresuré a calmarla con mis besos. A decirle que no hay nada que yo haría para dañarla. Que comprendía perfectamente por qué no debía dejar que nadie le afectara de nuevo.

Que reconocía en ella a una mujer guerrera y a la vez con una sensibilidad digna del infinito.

Me miraba con tristeza, me decía que no quería que ese momento termine, que no querría dejarme ir nunca de su lado, que no soportaría perder esta vez, una vez más, por amor.

Todo se me reveló. Desde ese momento decidí que tenía que cuidarla como parte de mi vida, calmar su angustia, apaciguar su dolor.

Estuvo triste durante varias semanas. Pero yo iba aclarando sus dudas cada vez que me lo pedía. Había escuchado tantas historias sobre mí que en cierto momento se desencantó. Y después de un tiempo decidió no abrirle la puerta al amor, a ninguna amistad, a nadie.

Y al encontrarme tan de casualidad revivió en ella lo que sentía y no pudo decir que no. Ahora su piel no está a años de distancia sino a centímetros. Su calor es el mío. Su sudor es el mío.

Cuando susurra mi nombre percibo en su voz callada un deseo que puede ser infinito. Ya no es más tristeza. Logré cambiar eso por placer. A pinceladas de amor, de besos, de cariño, de palabras verdaderas, celebrando su vida a cada instante, amándola en el tiempo y en el espacio que la vida me instruyó para hacerlo. Porque sí, porque me nace. Porque con ella soy otro y el mismo. Porque no conocía el placer antes de saborear su cuerpo. Porque quiero más la vida si es con ella a mi lado. Porque escucharla hablar de amar es un privilegio. Que sólo tengo yo.

 



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Mayu/octubre 2020

 

 

lunes, 3 de agosto de 2020

AMOR ANARQUISTA

Renuncio al amor autoritario
renuncio a los celos
renuncio a los delirios de protección
y a los chantajes.

Me declaro disidente del amor
lubricado con autoritarismo/agua bendita.

Rechazo irreductiblemente cualquier corazón cargado
con raciones de angustias, estrés, neurosis.

Rechazo a los héroes del amor romántico
rechazo los juegos de poder/dominación.

Soy fugitivo de las tradiciones familiares, sociales.
Me reivindico enemigo del control, persecusión.

Nunca más esclavo del amor fascista.
Nunca más silencio y sumisión.
Nunca más pedir perdón, 
jamás de rodillas.

Me declaro en desobediencia ante toda esa mierda.

Expulso de mi cuerpo y alma
cada una de las ideas/prácticas
del amor autoritario.

Hoy me encapuché 
y levanté barricadas
contra el romanticismo patriarcal.

Porque soy dignx
soy insumisx
soy anarquista.


Texto obtenido de la web. 




jueves, 23 de julio de 2020

El MILITARISMO

Es la fuerza armada de que se valen los que se han apoderado de la vida, para imponer sus injusticias y cimentar sus maldades. Esta fuerza no retrocede ni ante el crimen; arma a los seres entre sí, los lanza contra los que, como vosotros, como vuestros padres, vuestros hermanos, han hecho del trabajo una virtud. Cuando nos rebelamos a este modo de proceder, cuando nos alzamos contra la injusticia que con nosotros se comete, caen sobre  nosotros.  No  contentos  con  querernos  destruir,  suscitan  guerras, diezman la humanidad, y los crímenes se amontonan en el camino que recorremos.

José Antonio Emmanuel-La Anarquía explicada a los niños.


UNA PERSPECTIVA SOBRE EL MILITARISMO

El militarismo es la base en la que se sustenta el Estado y sus instituciones. El orden impuesto por el sistema capitalista necesita de una fuerza que lo proteja. No siempre este aparato funciona. A veces el Estado se alía a otras naciones, y es posible que de esta alianza surjan decisiones que no podemos cuestionar. Así, nos hemos visto envueltos en guerras, atentados, monopolios, etc. Pero no podemos olvidar que inclusive cuando tenemos pocos medios para expresarnos en libertad, nuestra íntegra humanidad intentará y logrará hacerlo, pues es su naturaleza.

Ed. Yanalaluna.


ROMPER EL ESPEJISMO DE ESTA FALSA REALIDAD, ES EL CAMINO.